domingo, 12 de abril de 2009

Navarino y la sonrisa de Cheshire


En el país de las maravillas de Alicia, el gato que allí sale se ríe. Tiene una sonrisa de oreja a oreja. Eso es raro, ya que por más que yo trato de reírme, no puedo. No sé cómo se hace y eso, a fin de cuentas, es un problema porque no puedo demostrar -una vez más- mis sentimientos. La gente piensa que cuando estoy contento y debiera reír tengo cara de amurrado. Mis padres piensan que ando de buen humor cuando, la verdad, estoy con todos los cables atravesados y no quiero verlos ni en pintura. ¿Cómo y cuándo podré sacar una pequeña sonrisita? Aunque no creo en las ficciones y menos en las locuras que Carroll le inventa a la pobre de Alicia, seguiré detenidamente revisando la novela. En una de esas, el viejo Cheshire me ilumina con su sonrisa y me contagia su antigatuno don. Porque, lamentablemente, los gatos no ríen. La paradoja de Carroll es aún mayor porque su gato se la pasa riendo. Si logro mi objetivo, podré exhibir a mis lectores la preciosa y refinada dentadura que llevo puesta. ¿Alguien tiene pasta de dientes?

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