domingo, 30 de mayo de 2010

Navarino menos exótico


Hoy llegó este loco a mi casa. Qué onda? A mis viejos, este último tiempo, les ha dado por meter al hogar cuanto bicho raro -es decir gatos no negros- se les pasa por delante. La Imer ya lleva un montón de rato y la aguanto porque es negra y le falta una pata. Yo viví todo su proceso de despatización. Hasta la echo de menos cuando se tiene que ir al hospital. Pero este otro de piel rara, ni chilla, ni maúlla, ni come, ni ná. Además es colorinche, con pinta de siempre feliz y sin problemas existenciales. Claro! Si ni habla el loquito. No tiene ni blog. Y sonríe… cosa que yo no puedo. El único, supuestamente, era Cheshire, el gato de Alicia, pero ahora… Las pinzas! aparece uno nuevo, lleno de vida, colores y no deprimido… y -para más recacha. Como si estuviera sacando pica- se está riendo siempre. Una risa a flor de piel… No parece gato. Cuando le pregunté a mi mamá sobre este extraño personaje, me dijo que era un regalo que había enviado un amigo desde África… Raro porque si es de África debería ser negro, no? Ese no es el continente negro? O es un/a gato/a aún más exótico/a que yo? No me digan ahora que supera a mi característica e irresistible negritud insular… Era lo que me faltaba! Vuelta de página…

domingo, 9 de mayo de 2010

Navarino y los aristo-cats


Con ganas de salir del frustrante tema. Entre tanta y tanta secuela de terremotos, maremotos insulares y réplicas, ayer pillé a mis padres cometiendo un acto de traición hacia la pura y total negritud gatunesca. Estaban, a media tarde, viendo una de las películas menos gatunas -con gatos- de la historia del cine popular. Gozaban en frente de la pantalla del computador viendo gatos elegantes, de raza y pura sangre. Completamente lo contrario a lo que soy yo y mi hermana Imer. Negros, gordos, feos (sin pata) y de isla pueblerina, de baja calaña y poco habitada por hombres y gatos. Lo peor es que en esa película todos eran como sacados del epicentro de la mitología blanca. La guapa y educada “Duquesa”, madre de tres gatos de poco mundo, en vías de educación total, tocadores de música clásica y pintores a lo Toulouse Lautrec. Unos franceses de principios del siglo pasado más cuicos que no se qué. Su dueña -gatuna ferviente- una vieja más pirula y parada que cuidaba a sus críos-niños como si de hijos naturales de tratara. Además, una película de Disney ¡guácala! de esas que tratan de convencer a la gente que lo que ellos dicen y plantean socialmente es lo mejor de lo mejor: la pura y santa verdad. Disney-Dios. Capaz que por eso la gente prefiera tener gatos cuicos y blancos y no negros, arrabaleros y populares como yo. Como pueden ver, queridos blogueros, me pegué la misma lata de mis padres… me zampé la película completita. Medio me enamoré de la blanca “Duquesa” y medio me identifiqué con el arrabalero y súperheroico “Tomás O’ Maley”. Un gato de baja categoría, medio colorín que se las daba de alto nivel gracias a su experiencia y “donjuanismo”. Una cataplasma si lo comparan con un gato como yo. Más que arrabalero, insular, gordo y negro. Nada de gatos colorines europeos, si no que de sudacas de la profundidad del pueblo insular… Si entienden esta entrada como resentida y clasista: no se preocupen. Es verdad. Parte de la envidia que me dio no ser el engrupidor gato negro, gordo y grande que tuvo y tiene a sus pies a la blanca, guapa y cuica “Duquesa”. Cuestión de clases que gatunamente no sirve para nada. A fin de cuentas -y el consuelo es siempre el mismo- el gato real c’est moi! A votre sante cheri O’ Maley.